lunes, 23 de junio de 2008

FUNDAMENTACIÓN EPISTÉMICA DE LA CONSTITUCIÓN BOLIVARIANA










































19 comentarios:

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Me parece que la clase de epistemología es en general la más completa y la que más me ha llenado a nivel personal y profesional en este introductorio de la Unefa puesto que relaciona tanto el concimiento humano en sí como saber entenderlo para ponerlo en práctica. Respecto al contenido de las exposiciones todas buenísimas excelentes diría yo, no solo por la preparación del material sino por la calidad de mis compañeros y por supuesto la del profe, gracias a todos. Por cierto en mi criterio la más profunda la mía "Constitución".

BETSI ALCALA dijo...

A mi parecer la CRBV define en su preàmbulo los conceptos que consolidan el triunfo de una lucha generacional, engloba los hechos sociales que deber estar siempre incluidos en una Constituciòn.
La idea de este gobierno es la inclusiòn, la participaciòn, el protagonismo, los derechos sociales del Pueblo Soberano.
En la CRBV se refunda la repùblica y se crean 2 poderes màs como lo son el Poder Moral y el Poder electoral y algo demasiado importante que relegitima a un gobierno: El Referendo Revocatorio.

Judith Franco de Farias dijo...

Participante:
Elba Judith Franco de Farias
Sección “A”
Especialización: Derecho Procesal Laboral





EL PARADIGMA DE LA COMPLEJIDAD




















ENFOQUE EPISTEMOLOGICO SOBRE LAS CIENCIAS SOCIALES.

El paradigma de complejidad

No hace falta creer que la cuestión de la complejidad se plantea solamente hoy en día, a partir de nuevos desarrollos científicos. Hace falta ver la complejidad allí donde ella parece estar, por lo general, ausente, como, por ejemplo, en la vida cotidiana.
La complejidad en ese dominio ha sido percibida y descrita por la novela del siglo XIX y comienzos del XX. Mientras que en esa misma época, la ciencia trataba de eliminar todo lo que fuera individual y singular, para retener nada más que las leyes generales y las identidades simples y cerradas, mientras expulsaba incluso al tiempo de su visión del mundo, la novela, por el contrario (Balzac en Francia, Dickens en Inglaterra) nos mostraba seres singulares en sus contextos y en su tiempo. Mostraba que la vida cotidiana es, de hecho, una vida en la que cada uno juega varios roles sociales, de acuerdo a quien sea en soledad, en su trabajo, con amigos o con desconocidos. Vemos así que cada ser tiene una multiplicidad de identidades, una multiplicidad de personalidades en sí mismo, un mundo de fantasmas y de sueños que acompañan su vida. Por ejemplo, el tema del monólogo interior, tan importante en la obra de Faulkner, era parte de esa complejidad. Ese inner.speech, esa palabra permanente es revelada por la literatura y por la novela, del mismo modo que ésta nos reveló también que cada uno se conoce muy poco a sí mismo: en inglés, se llama a eso self-deception, el engaño de sí mismo. Sólo conocemos una apariencia del sí mismo; uno se engaña acerca de sí mismo. Incluso los escritores más sinceros, como Jean-Jacques Rousseau, Chateaubriand, olvidan siempre, en su esfuerzo por ser sinceros, algo importante acerca de sí mismos.
La relación ambivalente con los otros, las verdaderas mutaciones de personalidad como la ocurrida en Dostoievski, el hecho de que somos llevados por la historia sin saber mucho cómo sucede, del mismo modo que Fabrice del Longo o el príncipe Andrés, el hecho de que el mismo ser se transforma a lo largo del tiempo como lo muestran admirablemente A la recherche du temps perdu y, sobre todo, el final de Temps retrouvé de Proust, todo ello indica que no es solamente la sociedad la que es compleja, sino también cada átomo del mundo humano.
Al mismo tiempo, en el siglo XIX, la ciencia tiene un ideal exactamente opuesto. Ese ideal se afirma en la visión del mundo de Laplace, a comienzos del siglo XIX. Los científicos, de Descartes a Newton, tratan de concebir un universo que sea una máquina determinista perfecta. Pero Newton, como Descartes, tenia necesidad de Dios para explicar cómo ese mundo perfecto había sido producido. Laplace elimina a Dios. Cuando Napoleón le pregunta: «¿Pero señor Laplace, qué hace usted con Dios en su sistema?», Laplace responde: «Señor, yo no necesito esa hipótesis.» Para Laplace, el mundo es una máquina determinista verdaderamente perfecta, que se basta a sí misma. El supone que un demonio que poseyera una inteligencia y unos sentidos casi infinitos podría conocer todo acontecimiento del pasado y todo acontecimiento del futuro. De hecho, esa concepción, que creía poder arreglárselas sin Dios, había introducido en su mundo los atributos de la divinidad: la perfección, el orden absoluto, la inmortalidad y la eternidad. Es ese mundo el que va a desordenarse y luego desintegrarse.

El paradigma de simplicidad
Para comprender el problema de la complejidad, hay que saber, antes que nada, que hay un paradigma de simplicidad. La palabra paradigma es empleada a menudo. En nuestra concepción, un paradigma está constituido por un cierto tipo de relación lógica extremadamente fuerte entre nociones maestras, nociones clave, principios clave. Esa relación y esos principios van a gobernar todos los discursos que obedecen, inconscientemente, a su gobierno.
Así es que el paradigma de simplicidad es un paradigma que pone orden en el universo, y persigue al desorden. El orden se reduce a una ley, a un principio. La simplicidad ve a lo uno y ve a lo múltiple, pero no puede ver que lo Uno puede, al mismo tiempo, ser Múltiple. El principio de simplicidad o bien separa lo que está ligado (disyunción), o bien unifica lo que es diverso (reducción).
Tomemos como ejemplo al hombre. El hombre es un ser evidentemente biológico. Es, al mismo tiempo, un ser evidentemente cultural, meta-biológico y que vive en universo de lenguaje, de ideas y de conciencia. Pero, a esas dos realidades, la realidad biológica y la realidad cultural, el paradigma de simplificación nos obliga ya sea a desunirlas, ya sea a reducir la más compleja a la menos compleja. Vamos entonces a estudiar al hombre biológico en el departamento de Biología, como un ser anatómico, fisiológico, etc., y vamos a estudiar al hombre cultural en los departamentos de ciencias humanas y sociales. Vamos a estudiar al cerebro como órgano biológico y vamos a estudiar al espíritu, the mind, como función o realidad psicológica. Olvidamos que uno no existe sin el otro; más aún, que uno es, al mismo tiempo, el otro, si bien son tratados con términos y conceptos diferentes.
Con esa voluntad de simplificación, el conocimiento científico se daba por misión la de desvelar la simplicidad escondida detrás de la aparente multiplicidad y el aparente desorden de los fenómenos. Tal vez sea que, privados de un Dios en que no podían creer más, los científicos tenían una necesidad, inconscientemente, de verse reasegurados. Sabiéndose vivos en un universo materialista, mortal, sin salvación, tenían necesidad de saber que había algo perfecto y eterno: el universo mismo. Esa mitología extremadamente poderosa, obsesiva aunque oculta, ha animado al movimiento de la Física. Hay que reconocer que esa mitología ha sido fecunda porque la búsqueda de la gran ley del universo ha conducido a descubrimientos de leyes mayores tales como las de la gravitación, el electromagnetismo, las interacciones nucleares fuertes y luego, débiles.
Hoy, todavía, los científicos y los físicos tratan de encontrar la conexión entre esas diferentes leyes, que representaría una verdadera ley única.
La misma obsesión ha conducido a la búsqueda del ladrillo elemental con el cual estaba construido el universo. Hemos, ante todo, creído encontrar la unidad de base en la molécula. El desarrollo de instrumentos de observación ha revelado que la molécula misma estaba compuesta de átomos. Luego nos hemos dado cuenta que el átomo era, en sí mismo, un sistema muy complejo, compuesto de un núcleo y de electrones. Entonces, la partícula devino la unidad primaria. Luego nos hemos dado cuenta que las partículas eran, en sí mismas, fenómenos que podían ser divididos teóricamente en quarks. Y, en el momento en que creíamos haber alcanzado el ladrillo elemental con el cual nuestro universo estaba construido, ese ladrillo ha desaparecido en tanto ladrillo. Es una entidad difusa, compleja, que no llegamos a aislar. La obsesión de la complejidad condujo a la aventura científica a descubrimientos imposibles de concebir en términos de simplicidad.
Lo que es más, en el siglo XX tuvo lugar este acontecimiento mayor: la irrupción del desorden en el universo físico. En efecto, el segundo principio de la Termodinámica, formulado por Carnot y por Clausius, es, primeramente, un principio de degradación de energía. El primer principio, que es el principio de la conservación de la energía, se acompaña de un principio que dice que la energía se degrada bajo la forma de calor. Toda actividad, todo trabajo, produce calor; dicho de otro modo, toda utilización de la energía tiende a degradar dicha energía.
Luego nos hemos dado cuenta, con Boltzman, que eso que llamamos calor, es en realidad, la agitación en desorden de moléculas y de átomos. Cualquiera puede verificar, al comenzar a calentar un recipiente con agua, que aparecen vibraciones y que se produce un arremolinamiento de moléculas. Algunas vuelan hacia la atmósfera hasta que todas se dispersan. Efectivamente, llegamos al desorden total. El desorden está, entonces, en el universo físico, ligado a todo trabajo, a toda transformación.



La complejidad y la acción
La acción es también una apuesta

Tenemos a veces la impresión de que la acción simplifica porque, ante una alternativa, decidimos, optamos. El ejemplo de acción que simplifica todo lo aporta la espada de Alejandro que corta el nudo gordiano que nadie había sabido desatar con sus manos. Ciertamente, la acción es una decisión, una elección, per es también una apuesta.
Pero en la noción de apuesta está la conciencia del riesgo y de la incertidumbre. Toda estrategia, en cualquier dominio que sea, tiene conciencia de la apuesta, y el pensamiento moderno ha comprendido que nuestras creencias más fundamentales con objeto de una apuesta. Eso es lo que nos había dicho, en el siglo XVII, Blaise Pascal acerca de la fe religiosa. Nosotros también debemos ser conscientes de nuestras apuestas filosóficas o políticas.
La acción es estrategia. La palabra estrategia no designa a un programa predeterminado que baste para aplicar una variación en el tiempo. La estrategia permite, a partir de una decisión inicial, imaginar un cierto número de escenarios para la acción, escenarios que podrán ser modificados según las informaciones que nos lleguen en el curso de la acción y según los elementos aleatorios que sobrevendrán y perturbarán la acción.
La estrategia lucha contra el azar y busca a la información. Un ejército envía exploradores, espías, para informarse, es decir, para eliminar la incertidumbre al máximo, Más aún, la estrategia no se limita a luchar contra el azar, trata también de utilizarlo. Así fue que el genio de Napoleón en Austerlitz fue el de utilizar el azar meteorológico, que ubicó una capa de brumas sobre los pantanos, considerados imposibles para el avance de los soldados. Él construyó su estrategia en función de esa bruma y tomar por sorpresa, por su flanco más desguarnecido, al ejército de los imperios.
La estrategia saca ventaja del azar y, cuando se trata de estrategia con respecto a otro jugador, la buena estrategia utiliza los errores del adversario. En el fútbol, la estrategia consiste en utilizar las pelotas que el equipo adversario entrega involuntariamente. La construcción del juego se hace mediante la deconstrucción del juego del adversario y, finalmente, la mejor estrategia -si se beneficia con alguna suerte- gana. El azar no es solamente el factor negativo a reducir en el dominio de la estrategia. Es también la suerte a ser aprovechada.
El problema de la acción debe también hacernos conscientes de las derivas y las bifurcaciones: situaciones iniciales muy vecinas pueden conducir a desvíos irremediables. Así fue que, cuando Martín Lutero inició su movimiento, pensaba estar de acuerdo con la Iglesia, y que quería simplemente reformar los abusos cometidos por el papado en Alemania. Luego, a partir del momento en que debe ya sea renunciar, ya sea continuar, franquea un umbral y, de reformador, se vuelve contestatario. Una deriva implacable lo lleva -eso es lo que pasa en todo desvío- y lleva a la declaración de guerra, a las tesis de Wittemberg (1517).
El dominio de la acción es muy aleatorio, muy incierto. Nos impone una conciencia muy aguda de los elementos aleatorios, las derivas, las bifurcaciones, y nos impone la reflexión sobre la complejidad misma.
La acción escapa a nuestras intenciones
Aquí interviene la noción de ecología de la acción. En el momento en que un individuo emprende una acción, cualesquiera que fuere, ésta comienza a escapar a sus intenciones. Esa acción entra en un universo de interacciones y es finalmente el ambiente el que toma posesión, en un sentido que puede volverse contrario a la intención inicial. A menudo, la acción se volverá como un boomerang sobre nuestras cabezas. Esto nos obliga a seguir la acción, a tratar de corregirla -si todavía hay tiempo- y tal vez a torpedearla, como hacen los responsables de la NASA que, si un misil se desvía de su trayectoria, le envían otro misil para hacerlo explotar.
La acción supone complejidad, es decir, elementos aleatorios, azar, iniciativa, decisión, conciencia de las derivas y de las transformaciones. La palabra estrategia se opone a la palabra programa. Para las secuencias que se sitúan en un ambiente estable, conviene utilizar programas. El programa no obliga a estar vigilante. No obliga a innovar. Así es que cuando nosotros nos sentamos al volante de nuestro coche, una parte de nuestra conducta está programada. Si surge un embotellamiento inesperado, hace falta decidir si hay que cambiar el itinerario o no, si hay que violar el código: hace falta hacer uso de estrategias. Es por eso que tenemos que utilizar múltiples fragmentos de acción programada para poder concentrarnos sobre lo que es importante, la estrategia con los elementos aleatorios.
No hay un dominio de la complejidad que incluya el pensamiento, la reflexión, por una parte, y el dominio de las cosas simples que incluiría la acción, por la otra. La acción es el reino de lo concreto y, tal vez, parcial de la complejidad.
La acción puede, ciertamente, bastarse con la estrategia inmediata que depende de las intuiciones, de las dotes personales del estratega. Le sería también útil beneficiarse de un pensamiento de la complejidad. Pero el pensamiento de la complejidad es, desde el comienzo, un desafío.
Una visión simplificada lineal resulta fácilmente mutilante. Por ejemplo, la política del petróleo crudo tenía en cuenta únicamente al factor precio sin considerar el agotamiento de los recursos, la tendencia a la independencia de los países poseedores de esos recursos, los inconvenientes políticos. Los políticos habían descartado a la Historia, la Geografía, la Sociología, la política, la religión, la mitología, de sus análisis. Esas disciplinas se tomaron venganza.
La máquina no trivial
Los seres humanos, la sociedad, la empresa, son máquinas no triviales: es trivial una máquina de la que, cuando conocemos todos sus impulsos; podemos predecir su comportamiento desde el momento que sabemos todo lo que entra en la máquina. De cierto modo, nosotros somos también máquinas triviales, de las cuales se puede, con amplitud, predecir los comportamientos.
En efecto, la vida social exige que nos comportemos como máquinas triviales. Es cierto que nosotros no actuamos como puros autómatas, buscamos medios no triviales desde el momento que constatamos que no podemos llegar a nuestras metas. Lo importante, es lo que sucede en momentos de crisis, en momentos de decisión, en los que la máquina se vuelve no trivial: actúa de una manera que no podemos predecir. Todo lo que concierne al surgimiento de lo nuevo es no trivial y no puede ser predicho por anticipado. Así es que, cuando los estudiantes chinos están en la calle por millares, la China se vuelve una máquina no trivial... ¡En 1987-89, en la Unión Soviética, Gorbachov se condujo como una máquina no trivial! Todo lo que sucedió en la historia, en especial en situaciones de crisis, son acontecimientos no triviales que no pueden ser predichos por anticipado. Juana de Arco, que oye voces y decide ir buscar al rey de Francia, tiene un comportamiento no trivial. Todo lo que va a suceder de importante en la política francesa o mundial surgirá de lo inesperado.
Nuestras sociedades son máquinas no triviales en el sentido, también, de que conocen, sin cesar, crisis políticas, económicas y sociales. Toda crisis es un incremento de las incertidumbres. La predictibilidad disminuye. Los desórdenes se vuelven amenazadores. Los antagonismos inhiben a las complementariedades, los conflictos virtuales se actualizan. Las regulaciones fallan o se desarticulan. Es necesario abandonar los programas, hay que inventar estrategias para salir de la crisis. Es necesario, a menudo, abandonar las soluciones que solucionaban las viejas crisis y elaborar soluciones novedosas.

Prepararse para lo inesperado
La complejidad no es una receta para conocer lo inesperado. Pero nos vuelve prudentes, atentos, no nos deja dormirnos en la mecánica aparente y la trivialidad aparente de los determinismos. Ella nos muestra que no debemos encerrarnos en el contemporaneísmo, es decir, en la creencia de que lo que sucede ahora va a continuar indefinidamente. Debemos saber que todo lo importante que sucede en la historia mundial o en nuestra vida es totalmente inesperado, porque continuamos actuando como si nada inesperado debiera suceder nunca. Sacudir esa pereza del espíritu es una lección que nos da el pensamiento complejo.
El pensamiento complejo no rechaza, de ninguna manera, a la claridad, el orden, el determinismo. Pero los sabe insuficientes, sabe que no podemos programar el descubrimiento, el conocimiento, ni la acción. La complejidad necesita una estrategia. Es cierto que, los segmentos programados en secuencias en las que no interviene lo aleatorio, son útiles o necesarios. En situaciones normales, la conducción automática es posible, pero la estrategia se impone siempre que sobreviene lo inesperado o lo incierto, es decir, desde que aparece un problema importante.
El pensamiento simple resuelve los problemas simples sin problemas de pensamiento. El pensamiento complejo no resuelve, en sí mismo, los problemas, pero constituye una ayuda para la estrategia que puede resolverlos. Él nos dice: «Ayúdate, el pensamiento complejo te ayudará.» Lo que el pensamiento complejo puede hacer, es darle a cada uno una señal, una ayuda memoria, que le recuerde: «No olvides que la realidad es cambiante, no olvides que lo nuevo puede surgir y, de todos modos, va a surgir.»
La complejidad se sitúa en un punto de partida para una acción más rica, menos mutilante. Yo creo profundamente que cuanto menos mutilante sea un pensamiento, menos mutilará a los humanos. Hay que recordar las ruinas que las visiones simplificantes han producido, no solamente en el mundo intelectual, sino también en la vida. Suficientes sufrimientos aquejaron a millones de seres como
resultado de los efectos del pensamiento parcial y unidimensional.

Críticas a Edgar Morín, autor de del concepto de Complejidad:

El concepto de “complejidad” igual que sus conceptos asociados (“caos”. “catástrofe”. “fractal”, “atractor extraño”, “azar”, “borrosidad”, etc) tienen una fuerte base técnica, de tipo matemático, aunque el planteamiento original se haya generado en la Física y de allí haya derivado a otras disciplinas. ¿Qué significa esto? Básicamente, que no podemos hablar tan alegremente de la “complejidad” si antes no nos dedicamos a estudiar su base técnica. O sea, no podemos piratear el concepto, como me da la impresión que lo hace Edgar Morin.
Una cosa es la “complejidad” bajo el tratamiento de Wagensberg y otra cosa es “la complejidad” según Edgar Morin. Ambas cosas están sumamente lejos una de otra, por lo cual no podemos meterlas en un mismo saco. Wagensberg es un típico Científico Racionalista, a quien no solo se le deben revisar sus “Ideas sobre la Complejidad del Mundo”, que es casi lo único que se divulga entre ciertos postmodernistas. Por otro lado, el concepto de “complejidad” que maneja Morin, que es motivo de la presente investigación, es un concepto tomado de las ciencias duras, adaptado a sus intereses y convertido en ambigüedad: me parece que cierto tipo de filósofos (desde los sofistas griegos hasta los actuales posmodernistas) tienen la pésima costumbre de hurgar en la Física y en la Matemática para extraer de allí ciertas palabras con una potencialidad efectista, con una alta capacidad de impacto e impresión, para luego sin tomarse la molestia de profundizar técnicamente en el concepto, utilizarlo para los fines de su propio enfoque. Es la clase de autores que incurren en que Sokal y Bricmont llaman “imposturas intelectuales”. Para mayores argumentos y razonamientos acerca de esto que es útil revisar lo que se ha llamado el “affaire Sokal”. Pero lo más interesante es que el mismo Wagensberg se puso de parte de Sokal, tal como lo declara (Wagensberg) en una reseña que aparece publicada y en donde se infiere que Wagensberg y Morín no están en el mismo ángulo, sino en polos opuestos.
El sostiene: “ Yo no creo que haya que dar a los científicos el poder del mundo, pero lo que nos iría muy bien es aplicar el método científico a la convivencia ciudadana. Habría que introducir, por ejemplo, objetividad, un político corrupto o distingue entre el dinero público y el suyo. Los dictadores se caracterizan porque se van aislando de la sociedad. Otro principio de a ciencia es la “inteligibilidad”, es decir explicar las cosas: yo por ejemplo todavía no entiendo bien que es el dinero o qué es un país rico. ¿Qué es un país rico? ¿Un país que está sobre una montaña de dinero o qué es un país rico? Un país cuyos hombres trabajan mucho?...En fin, y sobre todo, “diálectica”, que las conseuencias de las decisiones corrijan las decisiones”

“El conocimiento científico o es necesariamente el mejor de todos. Nadie discute que también existen otros tipos de conocimiento no científico que, eventualmente podrían resultar más eficientes para el manejo de ciertas situaciones.

Hay varios razonamientos para sostener que la “COMPLEJIDAD” no es en si misma un “PARADIGMA” ni menos, un Enfoque Epistemológico. Es un concepto teórico particular que, por otra parte, ha sido ideológicamente manejado y convenientemente aprovechado por ciertos autores en Ciencias Sociales. La Epistemología va más hacia el fondo de los conceptos teóricos y más allá de las modas y de las corrientes. La Epistemología es la base que permite analizar todas esas anécdotas intelectuales, pero nunca la revés. No es el producto de esas modas, sino la base sobre la cual se generan todas estas. Primero están los Enfoques Epistemológicos y, desde la perspectiva de cada uno de llos se generan todas esas “anécdotas” del pensamiento. De hecho la “complejidad” tipo Wagenberg es una manifestación del Enfoque Racionalista, mientras que la “complejidad” tipo Morín es una manifestación del Enfoque Fenomenológico. No deberíamos confundir el “producto” con el “proceso” ni los “casos” con la “estructura”. Los Enfoques Epistemológicos pertenecen a la condición humana en la esfera del conocimiento sistematico-socializado, igual que la estatura, la talla, la inteligencia, etc, es la esfera personal. Si. Si esto es cierto, nadie puede “fundar” un nuevo Enfoque Epistemológico, así como nadie puede “fundar” una característica genética nueva. Podemos fundar “Doctrinas”, “Religiones”, “Escuelas de Pensamiento” y cosas por el estilo, pero solo Dios o la Madre Naturaleza pueden fundar nuevas estructuras humanas de base. Todo lo demás es historia humana.
En cuanto a si desde un sol enfoque epistemológico pueden abordarse problemas “complejos”, recordemos que “una piedra no hace montaña” y que los procesos de investigación no son un acto individual-personalizado. Es gracias al esfuerzo de generaciones de investigadores (“Programas de Investigación” de Lakatos) y, por tanto, gracias a la integración de distintos enfoques epistemológicos a lo largo del desarrollo de un Programa (colectivo), como se van esclareciendo los problemas mas complejos: Un solo investigador jamás resolverá por sí solo un problema (algunos científicos celebren confesaron haber estado “encaramados sobre hombres de gigantes”, aludiendo a sus predecesores) Pero si puede aportar algo relevante el Programa al que está adscrito: nuestra función como investigadores no es la de resolver concluyentemente un problema ( jamás podremos hacerlo, en realidad),sino la de “colaborar”.

En resumen, EL PENSAMIENTO COMPLEJO no es lo contrario del pensamiento simplificante; él integra este último: como diría Hegel, este opera la unión de la simplicidad y de la complejidad e, incluso, hace finalmente aparecer su propia simplicidad. En efecto, el paradigma de la complejidad puede ser enunciado tan simplemente como el de la simplicidad: mientras que éste último impone desunir y reducir; el paradigma de la complejidad nos empuja a religar distinguiendo.
El PENSAMIENTO COMPLEJO es, en esencia, el pensamiento que integra la incertidumbre y que es capaz de concebir la organización. Que es capaz de religar, de contextualizar, de globalizar, pero, al mismo tiempo, de reconocer lo singular y lo concreto.



























Fuentes:

Edgar Morin
En González Moena, S. (Comp.) (1997) Pensamiento complejo. En torno a Edgar Morin, América Latina y los procesos educativos. Santa Fé de Bogotá: Magisterio. Traducido del artículo publicado en Passages, París, 1991.

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